viernes, 18 de febrero de 2011

Sí, siempre así.

Tal vez me emociono bastante; tengo esa particular forma de ver la vida, esa sonrisa que siempre trata de ir más allá. Y siempre tengo la misma respuesta a diferentes preguntas que, en realidad, no hacen más que intentar solucionar una duda que tengo.

Tengo las manos frías de tanto caminar buscando la sencillez, la simpleza de eso que no sé qué es. Y ahora acá. Sentado frente a la pantalla, esperando, intentado. Siempre intentando y no me canso; esto es sobrenatural.

Nunca creí que existía la posibilidad de dedicar tantas horas en sentir algo que esperaba no sentir; nunca esperé, realmente, tantas desdichas dadas simples y concretas. Y ahora imagino, y predigo cosas sin sentido, ridículas.

Ni los libros ni la música. Ni la música ni tu voz, que no escucho. Digamos y, dicho sea de paso, volvamos a la redundancia de entender las cosas que me pasan.

Ahora tengo ganas de hablar, y no hago más que escribir para mí mismo. Mañana me despierto y tengo la misma sensación. Hoy no tengo ganas de salir, y me obligan.

Ni la música ni los libros; ni las letras. Nada está de más, y siento que sobra todo.

¿Por qué siento que debería entender mis sentimientos? No quiero seguir imaginando ahora, prefiero la realidad.