martes, 19 de junio de 2012

Histeria


El cuerpo no es un templo, no es nada. Espacio físico de limitaciones, y escenario de romances, dichos, libertades, pérdidas, adicciones, y escándalos. El cuerpo es lo físico y lo espiritual, porque lo segundo no existe; ni acá ni en ningún sitio. Mi mente demuestra y me manda, me encierra en mis propios acontecimientos y crea sus propias reglas.

Mis intentos de cambio no son más que adiciones a la mentira de la similitud que quiero tener con los demás. “Soy único, y soy irrepetible”. Es todo una mentira; un testamento sin muerto. Mis reglas indisciplinadas no tienen límites conmigo, con los demás sí. Mi propia salud es un cuarto de la de los demás, y mi propia mente ocupa todos esos espacios que hay entre un idiota y otro. Yo, idiota.



Sin vino y sin canciones no existo ni funciono. Y a la mañana siguiente me desentiendo de mis virtudes, porque si las hago aparecer entonces también tiene que relucir mi mentira; es decadente. Mis imágenes propias varían de una semana a la siguiente, y no son nada importante.

La ridiculez de mi existencia limitada, con libertades inventadas.

No entiendo mis porqués, ni deseo descifrar las mentiras de los demás. Son todas palabras sin sentido. Mis palabras no tienen sentido. No sé qué hago escribiendo, si necesito descorchar otra botella de vino y sentirme yo mismo de nuevo. Ahora mismo voy corriendo, y mañana toco la pared y pienso que soy un niño y canto frente al espejo mientras bailo y sueño.

El mañana no tiene incertidumbre, tiene sabor a incertidumbre; son dos cosas muy distintas.




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