La
noche siempre brillaba cuando estaba con vos. ¡Todo era maravilloso! Cuando
íbamos a bailar, vos y yo estábamos solos en el medio de la nada. Vos, tan
perfecto y admirable. Te veía como un niño ve a un héroe. ¿Por qué te admiraba
tanto? ¿Por qué necesitaba tener tu cuerpo cerca? ¿Por qué cuando lloraba vos
me abrazabas? ¿Por qué tantas preguntas? Dios…
La noche era amigable con vos,
porque siempre tenías algo nuevo que mostrarme. Cada mañana era una hora de
risas entre sábanas y vos, acariciándome con tus manos perfectamente
recortadas. Tu cara debajo de las telas, riendo, dándome un beso, queriendo ser
parte mía. A veces, cuando recuerdo, sonrío un poco con esos momentos. Ahora todo
es blanco.
Mis manos ya no conocían otras
manos. Sólo tu rostro era lo que veía en el espejo. Porque me estaba
convirtiendo en vos. Con tus maldades y tus bondades, con cada partícula de tu
ser. Ahora éramos uno y me estabas
infectando. No quiero llorar más por esa noche, la última. La noche en
que me invitaste a dormir y yo elegí decir que no. La angustia me mata.
Mis manos ahora duelen. Mi cabeza
ahora no tiene paz. Mis labios se muerden a ellos mismos por la falta de tu
carne. Mi angustia es grande, pero alegre porque tengo los recuerdos más lindos
del mundo. Intenté demonizarte, no pude. Intenté definirte, no pude. Creí haberte
entendido y fallé. Sos parte de mi vida y no hace falta ponerte nombre.
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