jueves, 17 de diciembre de 2015

Falta.

La noche siempre brillaba cuando estaba con vos. ¡Todo era maravilloso! Cuando íbamos a bailar, vos y yo estábamos solos en el medio de la nada. Vos, tan perfecto y admirable. Te veía como un niño ve a un héroe. ¿Por qué te admiraba tanto? ¿Por qué necesitaba tener tu cuerpo cerca? ¿Por qué cuando lloraba vos me abrazabas? ¿Por qué tantas preguntas? Dios…

La noche era amigable con vos, porque siempre tenías algo nuevo que mostrarme. Cada mañana era una hora de risas entre sábanas y vos, acariciándome con tus manos perfectamente recortadas. Tu cara debajo de las telas, riendo, dándome un beso, queriendo ser parte mía. A veces, cuando recuerdo, sonrío un poco con esos momentos. Ahora todo es blanco.
             
Mis manos ya no conocían otras manos. Sólo tu rostro era lo que veía en el espejo. Porque me estaba convirtiendo en vos. Con tus maldades y tus bondades, con cada partícula de tu ser. Ahora éramos uno y me estabas  infectando. No quiero llorar más por esa noche, la última. La noche en que me invitaste a dormir y yo elegí decir que no. La angustia me mata.


 Mis manos ahora duelen. Mi cabeza ahora no tiene paz. Mis labios se muerden a ellos mismos por la falta de tu carne. Mi angustia es grande, pero alegre porque tengo los recuerdos más lindos del mundo. Intenté demonizarte, no pude. Intenté definirte, no pude. Creí haberte entendido y fallé. Sos parte de mi vida y no hace falta ponerte nombre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario