domingo, 28 de febrero de 2016

Fósforo (I)

Lo primero que hice esa noche fue prender la luz del patio. No sabía por qué, pero yo estaba convencido de que los fantasmas volverían y, de esa forma, podría ahuyentarlos. Después encendí el equipo de sonido y lo conecté al celular para buscar alguna playlist que me diera ganas de bailar. Bailar para que mis miedos se fueran. La música funciona como las luces. Cuando me prestaba a sacar el vino de la heladera, escuché el timbre y sabía que era él. Hacía tanto tiempo que no nos veíamos que cada silencio en esos instantes sonó como un aullido feroz de lobos hambrientos. En cierta parte era cierto pues yo tenía ansias de comer de su mano, de envenenarme de sus mentiras, y terminar en el piso con una epilepsia inducida.

Cuando abrí la puerta, lo vi parado del otro lado, vistiendo la camisa que yo le había regalado y unos zapatos negros. No quise oler su perfume porque sabía que si le daba importancia a eso nunca más podría sacármelo de la mente y ese olor me recorrería el cuerpo durante años y su fantasma me perseguiría por siempre. Elegí saludarlo con un abrazo porque así de idiota soy.


Sus pasos hacia el living, su forma de caminar, su voz afónica y grave, sus intentos de quedar bien con cada peripecia del hablar, tratando de complacerme al indicar que tal o cual cuadro estaba bien puesto. Su ropa, que yo quería arrancar, su pelo, que yo quería tocar, sus labios, que yo quería morder. Todo era surreal. Él ahí, yo ahí; los dos juntos en el mismo sitio después de tantas mentiras, tanto dolor, tanto clonazepam, y tanto antidepresivo tricíclico.   

Dos miligramos de clonazepam (II)

No es sencillo definir las emociones. No es nada nuevo ni nada del otro mundo. Simplemente intento mantener una línea mientras trato de sacarme del pecho la angustia que se cuela por los poros de mis brazos y envenena mi mente intentar retorcer las espinas de las flores que sostengo con el puño cerrado no sirve porque igual me lastiman y me dejan saber que el dolor siempre va a estar. No es nada nuevo.

Cuando camino, siempre que lo hago me da por imaginar lo mismo, pienso en qué sería de mí sin tanto dolor y tanta historia; sin verbos que recorrer y fotografías mentales de cuerpos centelleantes a través del espejo de mis emociones. No pretendo ser un gran escritor, pero fallé como amante y es por eso que me creo digno de darme la importancia que requiero.

Sin importar las rutas y las lluvias, solo intento recorrer el estrecho sendero que las sombras me dibujan en frente. Sus manos eran grandes y me abrazaban cuando yo no tenía nadie alrededor, cuando nadie me miraba, yo las mimaba y les daba de comer. Me costó la vida descubrir que el silencio es de plástico y que la nicotina te destruye las ideas y las ansiedades.

No quiero cerrar la idea; me niego. Quiero seguir sufriendo este des-sufrir. Necesito reconocerme frente a la luna porque ella me abandonó y ahora la noche está llena de luz artificial y psicotrópicos.

lunes, 8 de febrero de 2016

Costumbre

Mientras escribo esto, siento que el mate está muy caliente y que el cigarrillo armado que estoy fumando se va a apagar si no sigo dándole pitadas. Es difícil, a veces, querer hacer todo en el mismo momento, pero se siente bien saber y entender en qué posición estoy. Después de todo, el mate no está tan caliente, sino que mi lengua está muy sensibilizada.


La sensación de soledad que me invade no se siente fulminante. Es espesa, pero se siente liviana. La tradición que siempre tuve, esa de ser solitario, una oveja disfrazada de lobo que atrae problemas, es parte de mi historia y aún tengo que solucionarlo. No quiero volver a caminar por la sombra, si no es acompañado, pero la soledad es estable y sirve.