Existe una
atracción poderosa. Entre dos individuos puede darse la más fabulosa de las
reacciones y generar un vínculo único y con tal magnitud. El amor, el
embobamiento, la razón, el detrimento de ésta y la levedad con la que se
alteran nuestros parámetros. Una jugada de palabras al azar que encuentran
justo la medida de mesura de esta emoción.
¿Es etéreo? ¿Es
eterno? ¿Es hermoso? ¿Es perverso?
Un sitio mental y
emocional que va más allá de toda posible conjunción. Es tangible la forma en
la que se alteran los elementos. El amor, de nuevo, juega un papel fundamental
porque anula los sentidos. Un juego barbárico pero eficaz. Un juego al azar que
sólo toma en cuenta la cantidad de veces que se nos rompió el corazón. Es una
bala cargada en una ruleta rusa interminable. Es perversa. Es hermosa.
Pareciera que la
góndola de emociones estaba barata y se encareció el precio del corte superior.
Perdimos el control sobre nuestros propios principios y cambiamos las raíces de
este árbol que ya estaba seco. Se alimentó de nosotros y de las cosas que nos
pasaron.
En una economía
nosotros fuimos el default y la superpoblación. Fuimos el consumo y el uso. Distinguimos
un lugar del otro y siempre nos quedamos de este lado de la balanza. Medimos nuestras
emociones y terminamos tirados sobre un césped seco pero confortable. Somos el
resultado de una jugarreta histérica de los dioses. Siempre del lado equivocado
era obvio que perderíamos.
Los amaneceres se
conseguían gratis y precisamos depender de ellos. Nos convertimos en la
epifanía más idiota del planeta. Sabía que se iba a terminar así cómo había
empezado. Sabía, desde un principio, que iba a darte más importancia que la que
necesitabas. Yo estaba seguro de que perdería y ahora lo asumo y lo conquisto.
Basta de recurrir
al pasado para encontrar respuesta a esta necedad que se nos ha planteado. No olvidemos
dos cosas importantes: “la suerte no es de oro” y “los peces no siempre quieren
nadar”.
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