domingo, 8 de mayo de 2016

Este amor va a ser tu caída.

                Me gusta que los cristales se rompan dejando caer, pedazo a pedazo, partes de mi felicidad. En cada agónico final hay un comienzo, un descenso de temperatura que anuncia el invierno más gélido. Es en la penumbra del día gris donde encuentro la forma de pensar, de ver, de reír, de conocer; es en el frío donde mejor me desenvuelvo. El cristal hace las veces de límite, difuso e imaginado, pero dispuesto a significar más que su propio destino. El invierno es frío, como la copa de vino que dejé hace unos minutos encima de la mesa.
                De la misma forma en que te abracé y tomé todo tu dolor, es ahora como me revierto entre las lágrimas y las almohadas que tengo apiladas en mi cama. Sabíamos recorrer kilómetros de sábanas cuando nos queríamos y disfrutábamos el tiritar de nuestras espinas mientras hacíamos el amor. Una ridícula sombra de dolor ahora envuelve ese pensamiento y me permite guardarlo dentro de lo que antes era un lugar ordenado.

                Cuando me reventaste esa botella de vino en la cabeza, sentí cómo todo el mundo se caía y, de a poco, empezaba a tomar forma el peor momento de mi vida. La palabra ya no tenía sentido y había logrado desenvolver todas mis emociones para poder entenderlas. Tu dolor fue el mío y tu enfermedad, la mía. Cuando sentí que me lastimaba con cada pedazo de cristal, de aquella copa transparente y gigante en la que siempre bebíamos, me daba cuenta de los errores que había cometido. Vos estabas destinado a ser mi ejecutor y yo, una víctima dulce y llorona.  Es en el invierno donde mueren los árboles, y mi historia solía ser un bosque. Ahora me quedan las hojas mustias en el piso. 

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