domingo, 11 de julio de 2010

El amor: un ejercicio en decir mentiras

I

No podés explicar bien las cosas porque ni vos mismo las comprendés en su totalidad; idiotez pura y perfecta. No tenés excusas porque no querés, ni trabas a la hora de actuar por tus propios medios cuando querés algo que no esperabas.

La razón crece, se engloba en sí misma y ahora, nada. Todo queda tirado porque resignaste tu libertad sólo por un par de besos.

La idiotez de seguir creyendo en que vas a ser el primero en darte cuenta es una ilusión tan poco clara. “No te va a venir a buscar y vos no sos mejor que lo que esperás.”

II

Esperaste y nada sucedió. Ahora tenés sólo una premisa adentro tuyo y una duda que no crece ni madura, simplemente se queda trabada, dentro de tus propias limitaciones.

Te abren la puerta y entrás, sacudís el polvo de amores anteriores; secás tus penas con alcohol; así las cosas funcionaron. La felicidad es una locura, digna de una historia de razón.

Te abren la puerta y entrás, decidido a cambiar el color de las paredes de lo que sos y nada. Sencillamente no es complejo, es pura sutileza metida dentro de un frasco tibio, seco y lleno de sorpresas que no querés encontrarte en el camino.

III

Una carta no reemplaza a la voz desdeñada de vergüenza, porque tus indirectas no las recibe nadie, mucho menos el objeto de tus preguntas. Hoy sos un boludo, gracioso y divertido que la pasa bien. Y mañana vas a ser lo mismo.

Una ventana de vidrio líquido con emociones amarillas no sirve para decir “me gustás”. Es simple, pero difícil darse tiempo y lugar para abrir a los demás tu “yo interno”. ¿Lo más fácil? Quedarte callado, seguir la corriente y esperar el momento debido para decir esas dos putas palabras y quedarte tranquilo; la impunidad del silencio no es de todos, es tuya y de nadie más. El silencio no es tranquilo, y tu pecho ya tiene demasiadas cosas adentro como para seguir acumulando.

Seamos sinceros y liberemos de espacio a nuestros adentros; digamos “me gustas” y no jodamos más.

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