viernes, 2 de julio de 2010

Y en la mañana













No, no fue la almohada no reconocida. No fue el color de pared distinto al que estoy acostumbrado ver en las mañanas. Tampoco tuvo que ver el hecho de que sentía todavía el otro lado de la cama caliente y no había nadie. Algo había…

El perfume, eso fue. El olor distinto. Me quedé prendido a las sábanas un rato. Me revolví en mí mismo y seguí soñando despierto. Y ahí estabas, mirándome desde la puerta con esa sonrisa por la que se hubieran tirado 300 tipos al mar; esa complicidad reinventada. Y ahora era mía y de nadie más.


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