El único y desesperado yo. El mismo que cambia las cartas y juega
juegos ajenos. El que se divertía siendo la reina, el juez, la princesa, la
matrona y el peón de establo. Ese mismo que se divertía siendo capitán de
ningún barco porque todos le quedaban chicos. El mismo jinete que montaba todos
los caballos que mentían y no tenían más color que opaco; opacidad en todas sus
formas, las más sucias. Yo mismo, el de siempre.
El chico que jugaba con muñecas y daba vueltas
para poder jugar con los muñecos de acción y no hacerlos quebrar la muñeca. Yo
que creo en barcos, explosiones, sangre y violencia; yo que creo en príncipes,
maldiciones, castillos grandes y trajes de gala de noche de satén. Yo que voy a
buscar el zapato de Cenicienta, ese que falta en mi placard, vestido de gala
con una Magnun enganchada en la hebilla del cinturón.
El
mismo que escucha el sonido del viento a través de los parlantes. El pibe que
juega a la pelota y después toma champagne y come sushi. Yo soy ese.
Una mezcla de Allan Poe y Mastretta. La nada
misma. Porque soy una cosa y la otra. Más de lo mismo. Yo hago mímica con mi
propia voz y acá estoy.
Ahora me pregunto
tantas cosas y tan pocas respuestas tengo.
Me jugué con los
límites; jugué con los límites:
1) tu sonrisa ya
no la comparto
2) mi sonrisa se
esconde y no es por la rotonda
3) no me puedo
vengar de nadie ni nada
4) perdí lo que
más anhelaba y ahora me quedé vacío
5) ya perdí el
hilo, y perdí mi conversación de media noche
Jugué conmigo
mismo y eso no se perdona. La valentía me está costando caro. ¿Qué valentía si
no es más que una oveja cobarde entretejida en un disfraz casi deshecho de
lobo?
Muy pero muy bueno, me encantó :)
ResponderEliminarMuchas gracias :)
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