martes, 18 de agosto de 2015

La historia de los 25 años que no fueron.

Los cuentos de princesas que vaticinaban un futuro repleto de ilusiones y carrozas que se convertirían en calabazas después de 12 nunca se hicieron realidad. Nada de eso fue real, nunca lo será. Mi hada madrina se olvidó de que yo, en algún lugar, en algún momento, me había pinchado la punta del dedo índice mientras escribía en un cuaderno de renglones perfectos. Ahora veo en mis sobrinas un cuento que puede ser.

No sirvieron de nada las contradicciones ni las ideas rebuscadas. El menemismo me marcó de por vida y entendí que podía privatizar mis sentimientos. Es ahora cuando logro ver en retrospectiva todo lo que pudo ser y no fue. Las peripecias de la niñez causan un revuelo en las hormonas, que se traducen en impulsos, que se vislumbran a lo lejos, que se difuminan en medio de una noche caliente, que se dibujan altruistas en la lejanía, que se pierden en la intención y en el ideal, que se hipnotizan entre ellas para hacerme creer que lo que vivo es una consecuencia. La niñez y el infantilismo no me van a dejar nunca; ese es mi miedo mayor,

¿Cuántos kilómetros de un rastro de sangre tuve que analizar para llegar a este momento? Las respuestas están escritas en las paredes de lo que solía ser mi habitación, esa que usaba cuando era un bebe, la misma en la que mi madre tenía miedo de que me robaran, y por eso ella dormía del lado de la ventana, para que yo estuviera a salvo.

La idiotez de los padres primerizos tiene un tinte lúgubre cuando se la compara con la ilusión de la adultez. Mi juventud se vio perdida entre cajas de vino y besos mentirosos. Cuánta mentira. Cuánta verdad. Mis libros quedaron en segundo plano y nunca logré entender qué significaban cada una de las oraciones que salían de mis manos, con una lapicera en una mano y un cigarrillo en la otra. Mis padres, presentes en cada paso, mintiendo cuando pueden y sintiendo cuando se ven obligados.

Mi perspicacia tenía fecha de vencimiento. Una charla forzada se ilumina en cada mañana, cuando tengo que salir al mundo y dejar mi cama repleta de sueños y desviaciones de la coyuntura. (Le doy vida a los objetos y a las sensaciones. Quiero elegir un nombre para cada una de ellas). Cuando camino hacia mi destino diario, encuentro en el camino historias y sueños rotos; el sistema es así: te avasalla, te miente, te forma, te destroza, te ayuda en la reconstrucción y te limpia para poder reutilizarte; el reciclaje emocional del capitalismo. Levanto la mano para subirme al micro que no es y veo que todo es una ilusión. No soy un adulto y me niego a dejar la cama.

Quiero que mañana sea otro día. Me reniego a aceptar que me queda un mes para cumplir 26 años porque detrás de eso hay una historia, un comentario que no tuvo respuesta, y una mentira que todavía sigue siendo verdad.

Quiero que las cosas sean más simples.
Quiero que mañana sea otro día, con otra rutina y otras ideas.
Quiero que los vientos de Mendoza me digan hacia dónde ir.
Quiero seguir enamorado.
Quiero encontrarme y poder ser feliz con mis decisiones.
Quiero volver a los 17 y tomar mejores caminos.

Quiero dejar de ingerir químicos todos los días para poder sonreír. Necesito limpiarme por completo y poder caminar sin la ayuda de una prescripción médica. "Hay pastillas que son de por vida", me dijo el médico y ahí entendí todo; mi malestar es vitalicio y no se va a ir nunca. Aprenderé a caminar ayudado por la sugestión medieval que llevo por amuleto. Casi olvido que cada píldora que trago tiene un nombre y una historia. Las recetas del psiquiatra son un cuento de nunca acabar.

Por lo menos, hoy me pude levantar sin ganas de acabar con todo lo que me rodea. Tengo un proyecto. No. Tengo tres proyectos y los pienso llevar adelante. Ninguno me da de comer ni me permite seguir adelante, solo me mantienen a raya en el día a día, porque la rutina es beneficiosa cuando tenés un diagnóstico terminal.

A vos, gracias por haberme hecho tanto daño. Tanto como la mierda que consumí de chico, disfrazada de cuentos de hadas y galanes en trajes negros de satén.

Mis padres, mis médicos, mis amigos, mis ilusiones, mis novios, mi corazón, mis lecciones preferidas de Lengua, y las ecuaciones en las que había que despejar la "X" para entender el resultado; todo es una porquería. Tengo que sacar la basura cuando corresponde, antes de que pase el camión recolector, después de cada noche fría, cuando los perros del vecino ladran a la luna.

Nunca entendí por qué festejamos los cumpleaños. Para mí, no dejan de ser un recordatorio de todo lo que quería ser y todo lo que no soy. Cumplir años es una cagada.

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